La flecha de Eros

La flecha de Eros

viernes, 10 de junio de 2011

1. La orientación lacaniana


La orientación lacaniana

1

¿Qué entendemos por “orientación lacaniana”? No es una pregunta impropia para un ámbito como este, el de una escuela, la única de la amp, que incorpora la expresión a su nombre mismo para definirse precisamente como la Escuela de la Orientación Lacaniana.

Esa pregunta es fuente y origen de la interrogación que dio lugar a este seminario cuyo cuarto año inauguramos hoy. Es la pregunta que sostiene cada uno de los pasos, pequeños pero firmes, que hemos dado en él.

Esos pasos, como saben, nos llevaron a plantear una pregunta algo más restringida pero, al mismo tiempo, mucho más espinosa: ¿Puede nuestra orientación lacaniana definirse como “la orientación por lo real”?

La pregunta misma parece herir la sensibilidad de algunas orejas bien entrenadas, sin embargo, a escucharlo todo sin descartar nada bajo ningún concepto, si es que así puede formularse la regla básica que Freud imponía al psicoanalista, es decir, que mantenga su atención libremente flotante. Contradiciendo a Lacan, que decía que “las orejas son, en el campo del inconsciente, el único orificio que no puede cerrarse”, esas orejas sensibles se cierran con solo escuchar que nos preguntemos cuál es la orientación lacaniana sin agregar, como si fuera de suyo, que ella es la orientación por lo real. Y por eso consideran que nuestra pregunta es impropia en este ámbito, e incluso que este es el más impropio de los ámbitos para plantearla.

***

Primeramente, quisiera hacer un repaso, a vuelo de pájaro, del recorrido realizado en este seminario.

Sabemos que durante toda la década de los 50 Lacan buscó definir cuál es el correlato (x) del sujeto ($) en la transferencia (T), es decir, cuál es el lugar del analista en la economía libidinal del sujeto:

Este vector, al que llamé la flecha deEros, indica además una orientación, ya que define a qué se dirige el sujeto en la experiencia.

Hasta el Seminario 8 inclusive, Lacan estudió diversas soluciones posibles para este problema, que con el tiempo se fueron concentrando en torno a dos candidatos, I y a:

Ya les he comentado por qué debió descartar todas, ya que no se permitían localizar la singularidad.

¿Cuál es entonces el lugar del analista en la experiencia? ¿De qué manera el analista se entromete en el destino del sujeto? ¿A título de que entra en la experiencia? ¿En qué hallará el sujeto aquello que le conferirá su dignidad en tanto ser singular?

A fines del Seminario 8, Lacan no ha resuelto el problema, y tras haber criticado ambas opciones no parece tener ninguna solución a mano. Por eso el Seminario 9 constituye una verdadera investigación, con sus marchas, sus contramarchas y sus contradicciones.

Les he mostrado con detalle cómo el primer tercio de este Seminario consiste esencialmente en una pormenorizada interrogación de las alteridades del significante y sus relaciones recíprocas: el objeto imaginario a (heredero de das Ding), el significado s, y la letra L:

En relación con este esquema – que muestra cómo la barra del algoritmo saussureano no es simple, sino que posee un espesor, una estructura de doble articulación – estudiamos el modo en que Lacan explora fundamentalmente el litoral entre el significante y la letra.

En ese litoral ocupa un lugar destacado el nombre propio (N), que Lacan debe situar como enlace entre la letra y el objeto real.

En efecto, la discusión sobre el nombre propio deja a Lacan ante la puerta misma del carácter real del objeto – algo posibilitado por el hallazgo de la naturaleza real de das Ding, que revelara la independencia de ese registro con respecto a los otros dos. La novedad de este Seminario es que, por primera vez, Lacan puede considerar la posibilidad de que la singularidad se localice en lo real. Y ese es el punto decisivo en torno al cual se llevará a cabo el “giro de los sesenta”, que aquí comienza.

Por otra parte, a lo largo de las ocho primeras clases del Seminario Lacan se ocupa de deslindar cuidadosamente dos clases de rasgos:

rasgo unario

rasgo propio

universal

singular

1

i


Gracias a esto, sitúa el sujeto entre lo singular y lo universal, entre inconsciente y preconsciente, y a partir de allí vimos que la posición del sujeto se define entre significante y letra, o entre rasgo unario y rasgo propio, pero no entre dos significantes. Además, se introduce el modelo del sujeto como conjunto vacío, al cual más adelante Lacan asignará la función del uno en más.

Según vimos, en esto consiste la brújula de Lacan:


Sin embargo, en la clase 9 de este Seminario Lacan da un giro inesperado y de enormes consecuencias. Mientras todo el trabajo anterior desembocaba en la localización de la singularidad en un rasgo único de goce, de repente identifica ese rasgo con el objeto a, y esto lo llevará a desdoblar el objeto y a asignar un carácter real a lo singular:

Esto hará que el triángulo orientador de su enseñanza colapse:


Si la singularidad es situada en el objeto a, el analista deberá encarnar ese objeto, y entonces la flecha de Eros tomará para Lacan la forma del fantasma,

y el fin del análisis, la forma de la identificación al a. Así lo subraya Lacan de diversas maneras a partir del seminario siguiente.

Años más tarde, ya reconocido el error, Lacan deberá restituir el triángulo colapsado, y como ni el desdoblamiento del rasgo simbólico ni el del objeto imaginario habían resuelto el problema de la localización de lo singular, el paso razonable consistirá en desdoblar lo real para aislar en él un sector imposible y otro contingente. De este real contingente surgirá el sinthome en el que Lacan localizará finalmente lo singular.

Notemos de paso que entonces la flecha de Eros debería pasar a ser

de donde parecería deducirse que el lugar del analista no sería el del objeto a, sino el del sinthome.

2

Cuando se anunció el tema de las últimas JornadasEl amor en los tiempos del goce: Cómo responden los psicoanalistas – escribí un artículo para presentar en las mesas simultáneas, titulado precisamente El analista síntoma, e incluso presenté una síntesis de mi opinión en el blog de las Jornadas. Si bien el trabajo fue aceptado por la comisión científica, luego tuve la agradable sorpresa de ser invitado a participar en una de las mesas plenarias, lo cual me obligó a resignar mi participación en las simultáneas, de modo que ese trabajo parecía carecer de lugar donde ser expuesto.

No obstante, en la medida en que resulta absolutamente pertinente al tema que abordamos, quisiera compartirlo al menos con ustedes. El párrafo introductorio resume lo que les acabo de decir hoy y algunos desarrollos de mi último libro, para luego proseguir así:

Una década le llevaría a Lacan subsanar el doble error cometido en el Seminario 9 y reconocer que el objeto a no era real, ya que – como producto de un discurso – es un semblante, y tampoco era singular sino universal, al punto que la proliferación de esos objetos caracteriza nuestra época, que veloz y constantemente los torna obsoletos. En la medida en que vivimos atiborrados de objetos a comunes a millones de personas, ¿a qué eso podría referirse el Tú eres eso si debiéramos localizarlo en ellos?

El giro de Lacan en los ’70 surgió de la necesidad de corregir su doble error. Como saben, el resultado de ese giro fue la reubicación de lo singular, no ya en el objeto a, sino en el sinthome.

En los tiempos del goce, la contraposición entre objeto y síntoma no podría ser más manifiesta. En efecto, la promoción del objeto a al cenit de la cultura tiene por correlato el desprestigio del síntoma, la desvalorización de todo lo que haga lazo con el Otro sexo, pues lazo, estasis y repetición – tres caracteres esenciales del síntoma – se oponen al goce de lo nuevo. La acción conjunta de la ciencia, la tecnología y el mercado anega de gadgets un mundo rico en consumidores y pobre en lazos libidinales debido al empuje a la transitoriedad de los vínculos en general y de los amorosos en particular. La relación sin compromiso es pues la hija no deseada del capitalismo.

La pulsión puede orbitar alrededor de estos objetos antes de aterrizar en el propio cuerpo; pero, dado que la cultura los promueve como perecederos, ellos no pueden constituir depósitos duraderos del goce ni su pérdida puede consentir trabajos de duelo. Tampoco sirven en principio para establecer lazos con el Otro sexo, y llegan incluso a entorpecerlos. En suma, los objetos a cesan de inscribirse, sin pena ni gloria. Su función se contrapone entonces, punto por punto, a la del síntoma.

Ahora bien, si el núcleo singular del ser es aquello que el analista encarna en la economía libidinal del sujeto, y a partir del giro de los ’70 ese núcleo no puede reconocerse ya en el objeto a sino en el sinthome, no puede sorprendernos que Lacan concluyera que el psicoanalista mismo constituye un síntoma. Para decirlo bajo una modalidad interrogativa: ¿deberá acaso el analista, en los tiempos del goce, consentir a engrosar, él mismo, las interminables filas de objetos a que atosigan al analizante, o más bien debería apostar a que una maniobra de la transferencia –es decir, un avatar del amor– haga de él un sinthome?

Una viñeta contribuirá a esclarecer esta cuestión, situada en el centro de la que nos convoca en estas Jornadas.

Un joven comienza su análisis como inopinado efecto de su destreza para seducir mujeres –destreza proporcional a la facilidad con la que esas relaciones finalizaban y a la docilidad con la que ellas aceptaban el corte que él les imponía. Jamás ruptura alguna desencadenaba un duelo. Lo que entorpeciera su perentoria necesidad de respirar aires de libertad le causaba un escozor intolerable. Sus breves relaciones duraban hasta que sobrevenía esa imperiosa necesidad de desasirse de todo lazo libidinal. Él las quería a todas, pero cuando le surgía ese apremio el lazo con ellas desaparecía sin dejar rastro. Sin embargo, no era un donjuán, ya que no tenía afanes de conquista, a veces retornaba con alguna ex, y a menudo dejaba a sus parejas meramente para disfrutar de su libertad en soledad. Tampoco temía el compromiso: esa palabra ni siquiera figuraba en su diccionario.

Este seductor full time pronto desplegó en el análisis la conflictiva relación con su padre, y en cuanto obtuvo un efecto terapéutico agradeció y se fue. Regresó en virtud de otro problema, y tras resolverlo dijo gracias y adiós. Durante años repitió así, en transferencia, el estilo de su relación con las mujeres, hasta que el analista no aceptó su partida y de ese modo desencadenó una transitoria erotomanía transferencial.

Para su sorpresa, a continuación entabló un duradero vínculo de pareja. Y cuando captó el truco transferencial, dijo a su analista: Fuiste la primera mujer de mi vida.

Las mujeres anteriores no lo habían retenido porque elegía las que jamás le harían reclamos que implicaran un Tú me faltas, y eso le permitía despacharlas sin más. Disponía entonces de mujeres no habitadas por una falta capaz de alojarlo y capturarlo a él. Eso fue precisamente lo que cambió en transferencia. El amor transferencial con la primera mujer de su vida lo confrontó al ¿Qué soy para tu deseo? En respuesta produjo un síntoma, la falta de apetito sexual con su pareja y la angustia concomitante. Asustado, entabló relaciones sexuales paralelas, y si bien lo alivió constatar que allí nada de eso sucedía, su angustia creció al vislumbrar que la mujer con la que estaba era para él fuera de serie y al verificar que ella, enamorada, no le reclamaba más que su presencia.

De creer saber qué quieren las mujeres, pasó a preguntarse qué quiere esta Una-mujer, y si acaso lo que siente por ella será eso que llaman amor. La palabra compromiso cesó de no escribirse. Así, esta mujer se convirtió en síntoma para él, pero eso no tuvo lugar más que a condición de que el amor de transferencia lo confrontara con un partenaire sinthome.

En los tiempos del goce, a la deriva interminable de los objetos a, el analista puede entonces responder en calidad de síntoma.